11. LA REGLA DE VIDA SS.CC. NUESTRA ESPIRITUALIDAD CENTRADA EN JESÚS



ACUÉRDATE DE JESUCRISTO

1.     Nunca podrán las palabras reemplazar el amor de Jesucristo.
Tú que comienzas a leer, acuérdate siempre y ante todo de su «nacimiento, su vida, su muerte: ésa es nuestra Regla» (P. Coudrin: «Reglamento primitivo», 1797-1798).

3.     Sólo a causa de Cristo y de su Evangelio tú te decides y escoges. Fuera de Él, tu vida no tiene sentido. «Pues ninguno puede poner otro cimiento fuera del que hay, que es Jesucristo» (I Cor. 3, 11). Y porque te has entregado a Él, te entregas al mundo.
        Como religioso, no estás fuera del mundo; por el contrario, todo en tu vida debe ser un servicio concreto a los que te rodean. Has querido que toda tu existencia sea, en medio de los acontecimientos y de las situaciones de los hombres, un testimonio del Dios vivo y un servicio continuo a la obra de Cristo, a quien uno se entrega definitivamente.
        El mundo en que vives necesita más que nunca del testimonio de la fuerza del Espíritu, que anime y suscite comunidades fraternas. En ellas ya no hay ni ricos ni pobres, ni griegos ni judíos, ni hombres libres ni esclavos, sino hermanos en Cristo.

4.     Realizarás tu vocación sólo en la escucha profunda y diaria del Espíritu Santo.
74.   La vida religiosa es una de las formas de vida cristiana que responde a un don particular de Dios. Significa una aportación original en la variedad de respuestas suscitadas por el Espíritu de Dios.

5.     Por último, no te preocupes demasiado de tu debilidad y pon en Dios tu seguridad: lo débil del mundo lo escogió Dios para confundir a los poderosos. Y lo innoble del mundo y lo rastrero lo escogió Dios; aquello que nada es para desbaratar aquello que es. Para que no se gloríe mortal alguno en la presencia de Dios (I Cor. 1, 27-29).

16.    Hemos sido enviados a este mundo tal como es, con sus miserias y sus grandezas, sus búsquedas y sus esperanzas. Es preciso vivir en medio de este mundo, pues nuestra existencia cristiana nunca puede ser una evasión. «Faltarán a su voto más esencial desde el momento en que quieran vivir para ellos solos y no trabajar en la salvación de sus hermanos» (P. Coudrin).

23.   Nuestra comunidad es esencialmente de vida apostólica..Si se te ha hecho objeto de una llamada es para ser apóstol de su designio de amor, trabajando por reunir a los hijos de Dios dispersos. Tu compromiso religioso, que te asocia a Cristo, te hace participar más plenamente en la misión «del Hijo del Hombre que vino a buscar y salvar lo que estaba perdido». Tu incorporación a nuestra comunidad debe unirte más intensamente a la Iglesia y hacerte participar cada vez más en su ardor misionero.

24.   El P. Coudrin constituye en todo esto un gran modelo para nosotros. Toda su vida, abrasada por el amor a las almas, fue una larga y, a menudo, heroica entrega. Fue un pastor que jamás calculó su «celo». En la Iglesia de Francia, en crisis durante la Revolución, se prodigó de mil maneras y en toda clase de obras: misiones parroquiales, seminarios, misiones lejanas, cuidado de los pobres, preocupación por una oración reparadora... Favoreció las más atrevidas iniciativas, teniendo él mismo la audacia de los humildes.

30.   Actúa por Cristo y su Evangelio buscando sólo el Reino de Dios. Prefiere la calidad espiritual de la acción a la cantidad. Haz explícita, intensifica y refuerza tu intención de trabajar sólo por Dios. Aleja cualquier móvil interesado. No exageres la importancia de las motivaciones naturales: cierta propensión a la satisfacción y a la búsqueda del éxito personal, pueden debilitar tu desinterés.
        Como signos y pruebas de una verdadera disponibilidad para el servicio del Reino, se pueden señalar: estar más dispuesto a obedecer que a actuar a toda costa; estar preparado para el fracaso que vendrá más tarde o más temprano, ya que el éxito profundo del Reino viene casi siempre acompañado de su fracaso aparente; estar dispuesto a reconocer que ya no podemos seguir actuando, a ver paralizadas nuestra fuerzas, a ser relegados por los hombres y por la vida, sin perdernos en lamentos inútiles.

31.    Que el apostolado alimente de verdad tu oración, a la que debes llevar las preocupaciones y necesidades del mundo. Después de la oración volverás a la vida más libre y espiritual. Sabrás situarte ante los acontecimientos de cada día. Captarás mejor su significado y cambiarás muchas de tus actitudes ante ellos. La oración es el lugar de nuestra conversión, donde el pobre se vuelve hacia su Dios. Donde, por Cristo y su Evangelio, recobramos energías, superamos enemistades y cansancios, no nos dejamos dominar por las razones de nuestros miedos, y nos disponemos a la reconciliación. Y así volvemos a la acción, con el alma en paz, serena y disponible.

34.   El Evangelio es la gran regla de todos y cada uno. La comunidad lo toma como centro de referencia constante para profundizarse, poder dar un testimonio más auténtico y prestar un servicio más válido.
        De hecho, no se pueden vivir con la misma intensidad todos los valores del Evangelio. Cada comunidad, según sus circunstancias, tradiciones, sensibilidad, y las personas que la componen, pone más de relieve, en su vida, algunos aspectos o características del Mensaje evangélico.
        La vida de nuestras comunidades tiene, por ejemplo, una característica particular, que hemos recibido como tradición de familia: la contemplación de la Persona de Jesús, signo del amor de Dios para con todos los hombres, y de la Madre del Señor, modelo de fe en el amor. Este elemento debe dar a toda nuestra vida un sentido de interioridad, de confianza, de acogida cordial a nuestros hermanos. Constituye una aportación excelente a nuestro mundo despersonalizado.

36.    La caridad y el buen entendimiento comunitario no se logran con ideas y teorías, sino con la preocupación concreta por las personas y sus cosas: su familia, trabajo, salud, fatigas, necesidades, inquietudes, desarrollo y felicidad.
        Sé atento con los que te rodean, sobre todo con los más débiles, con los enfermos o los de edad más avanzadas. Manifiesta a todos, con delicadeza y respeto, el profundo afecto que les profesas en el Corazón de Cristo.
        Has de saber comprender y no dejar sólo a un hermano que sufre. Que tu presencia sea para él, en lo posible, un motivo de aliento y le proporcione comprensión, consuelo y alegría.
        Mantén tu afecto por los que formaron parte un día de nuestra comunidad, y se han orientado después por otros caminos.

37.    Los encargados de atender a las necesidades materiales de los hermanos tienen una gran responsabilidad de cara a la unidad y concordia de la comunidad. Recuerden que sólo son administradores, al servicio de todos, de los bienes puestos bajo su cuidado...

42.   Nuestras comunidades no son comunidades de «santos», sino de pecadores perdonados, siempre pecadores y siempre perdonados. Por eso, necesitas que se te ayude a entregarte más profundamente al servicio del Señor, a establecer tu vida en la verdad, libre de ilusiones. Cada día tienes que situarte tal como eres, frente al Señor que te espera, ama y perdona.

45.   Para vivir realmente las exigencias profundas de la comunión, la comunidad debe encontrar formas concretas y flexibles, a las que hay que ser fiel. Esta fidelidad implica una ascesis y el sacrificio de una espontaneidad individualista que haría imposible la vida en común. Por eso, cada comunidad, animada por un responsable debe asumir la tarea de organizar su propia convivencia fraterna, su oración, su comunidad de bienes y el trabajo apostólico de sus miembros.

54.   La oración tuvo un lugar preferente en la vida del Señor. Su existencia, tan llena de ocupaciones, no le impidió encontrar momentos consagrados exclusivamente al diálogo con el Padre.

56.    El ejemplo y la enseñanza de Cristo son para ti una orientación y una invitación. En la trama de tu vida diaria, que es toda entera encuentro con Dios a través de las personas y de los acontecimientos, debes saber reservarte momentos de diálogo con el Señor vivo y presente.
        La oración te exige esfuerzo, compromiso personal y una respuesta consciente a la Palabra de Dios, pero aporta mucho más a tu vida. Si quieres guardar el sentido de los valores y permanecer en una fe viva y fuerte, necesitas situarte constantemente como hijo de Dios. La oración nos comunica una calidad interior que transforma nuestra acción en algo agradable al Señor.
        La oración, también, reconforta, alienta y da paz, porque nos ayuda a tomar conciencia del amor del Padre, a no adelantarnos a los proyectos de la Providencia. En ella, se refuerza constantemente la sumisión gozosa en la fe.

57.    Tu oración se alimentará de la Palabra de Dios. Si tu fe no se apoya en la Palabra, corre el peligro de basarse en una moral, en tradiciones o ritos. En ese caso, siempre será discutible y frágil. No resistirá las tensiones y presiones, y no será el testimonio luminoso que se esperaba (Heb. 4, 12-13)

59.    La seriedad de tu compromiso personal debe expresarse en la oración comunitaria. Nuestras comunidades deben ser comunidades de oración, no solamente de personas que rezan individualmente. Esto supone, por parte de todos, ascesis personal, disponibilidad de nuestro tiempo y comprensión inteligente de la liturgia. Se ha de buscar una oración que tenga en cuenta las posibilidades concretas de la comunidad y por la que se exprese verdaderamente su ser más profundo (Col. 4, 2; Sant. 5, 16-18; Ef. 6, 18).

60.   La riqueza de la oración común depende, en gran parte, de la calidad de la oración individual. Sé rigurosamente fiel al diálogo con el Señor y a esos momentos diarios y semanales que dedicas a escuchar la Palabra de Dios.
        Ciertamente, el tiempo de oración es en sí mismo relativo. Depende de la persona, de su situación, de su forma de sensibilidad y de los compromisos concretos que tenga. La oración puede variar de uno a otro en ritmo, formas, contenido y momentos. De acuerdo con tu comunidad, deberás encontrar tu manera propia de hacerla, con la ayuda de «el Espíritu que viene en auxilio de nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el mismo Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables. El que escudriña los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es según Dios» (Rom. 8, 26-27).

61.    La noche en que fue entregado, Cristo instituyó el Sacramento eucarístico de su Cuerpo y de su Sangre para perpetuar el sacrificio de la Cruz a lo largo de los siglos, hasta que venga, y además para confiar a la Iglesia el memorial de su muerte y de su resurrección: sacramento del amor, signo de la unidad, banquete pascual en el que Cristo es comido, el alma se llena de gracia y nos es dada la prenda de la gloria futura (S.C. 47).
        La sagrada Eucaristía contiene todo el tesoro espiritual de la Iglesia, es decir, al mismo Cristo, nuestra Pascua, nuestro Pan vivo, cuya carne da la vida a los hombres, conduciéndolos e invitándoles a ofrecer en unión con él su propia vida, su propio trabajo y toda la creación.

62.   La celebración eucarística es la más elevada expresión de la oración comunitaria.

66.    Puedes orar en cualquier circunstancia o ambiente. Pero cuando te detienes ante el sagrario, el Señor ofrece a tu meditación todos los aspectos del Misterio que trata de realizar en nosotros y te invita a dar a tus relaciones con él toda la profundidad que la Eucaristía te ha enseñado a reconocer. La oración ante el sacramento permanente, te coloca frente a la realidad suprema.
        Tu presencia física ante el sagrario tiene valor de signo. Debe expresar una actitud espiritual que no se limita al tiempo que pasas ante el Sacramento, sino que te orienta hacia el Señor tan pronto como terminas tu tarea.

67.    El ejercito de la adoración ha ocupado siempre un lugar destacado en la tradición de nuestra comunidad histórica, desde el principio...

68.   La adoración lleva consigo valores que son parte importante de nuestra vocación.
        Nos recuerda que, según el pensamiento de nuestro Fundador, toda nuestra vida está bajo el signo de la Eucaristía. Tiene el sentido de una intercesión constante, de una presencia continua de la comunidad ante el Señor. Supone un sentido agudo del pecado, que existe en nosotros y en la Iglesia: desde el fondo de nuestra miseria intercedemos por nuestros hermanos como miembros de un mundo pecador.
        Es expresión de amor hacia un Dios de amor y tiempo de contemplación personal en presencia del misterio de Jesús.
        Es un momento de nuestra vida de apóstoles en que presentamos a Cristo las necesidades y la acción de gracias de cuantos nos rodean.

Dejarlo todo por Cristo.
72.   El religioso es alguien que entiende el Evangelio como una llamada a dejar todo y seguir a Cristo: bienes, empleo, familia, país, cultura... Su vocación es, de hecho, una invitación a dejar sus bienes y su situación adquirida; a vivir la vida afectiva bajo la forma de un amor gratuito y desinteresado, ofrecido a todos como el del Señor; a desarrollar su libertad en el ofrecimiento radical de la vida a una obra y a una comunidad de la Iglesia.

80.   Si quieres servir, debes entrar, a ejemplo de María, en el misterio del amor del Señor, penetrarte de él y vivirlo... Entonces estarás capacitado para testimoniar y anunciar a tu alrededor el amor del padre, «que conforme a su mucha misericordia, nos ha regenerado para la esperanza viva por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos» (I Pe. 1, 3). Tu vida y tu predicación podrán así despertar la fe en la fuerza redentora del amor y suscitar la obediencia a la voluntad del Señor.

81.    Tu vocación se realiza en la obediencia. 

89.   Cuanto más pobre seas según el Evangelio, más cerca estarás de Dios y de los hombres.
        El mundo de hoy tiene gran necesidad de nuestro testimonio de pobreza evangélica. En marcha hacia su unificación, no obstante, se divide en naciones ricas y pobres, con desigualdades cada vez mayores. La búsqueda individualista del provecho y de la seguridad económica constituyen el principal obstáculo a la edificación de una sociedad más justa y solidaria.

90.   La comunión con los pobres es un signo de la verdadera Iglesia. «Ante los países subdesarrollados, la Iglesia se presenta tal como es y como quiere ser: la Iglesia de todos y particularmente de los pobres» (Mensaje de Juan XXIII, 11 de noviembre de 1962). Siempre que la Iglesia quiere reformarse, vuelve al Evangelio, y en este retorno a las fuentes encuentra el amor de los pobres y su acogida. Todo lo que ofrece un obstáculo a la entrada de los pobres en ella, debe ser denunciado y suprimido.

98.   Se hará, pues, un esfuerzo por un estilo de vida sencillo y sobrio, que se contente con lo suficiente (I Tim 6, 6-10; II Cor 8, 13-15). Se intentará poner todo en común dentro de la comunidad en que se vive, y lograr un reparto equitativo con las demás comunidades, e incluso fuera de ellas, con otras obras sociales, en especial las que se refieren al desarrollo de los pueblos...

99.    El trabajo es nuestro primer medio de subsistencia y de acción caritativa. Por eso, según los talentos recibidos de Dios, la edad y la salud, cada uno pondrá en ello todas sus fuerzas. La pobreza de Cristo y de sus discípulos se vive en los ministerios puramente espirituales, lo mismo que en los demás servicios necesarios o útiles.
        Sin embargo, es preciso estar dispuesto para trabajar sin remuneración cuando la caridad lo permite o lo sugiere (II Tes. 3, 11-12).

100. Debes entregar a tu comunidad la totalidad del fruto de tu trabajo. Poner lo mejor de ti mismo en tu tarea y renunciar a las ventajas personales que puedes obtener, adquiere un valor real de testimonio y de desprendimiento, cuando esto se hace con sencillez y sin reserva. Es también prueba de una solidaridad comunitaria y de un verdadero espíritu de familia.
        Así como recibes de ella lo que es necesario para tu subsistencia, te comprometes también a usar de tus bienes en dependencia con la comunidad, para cumplir tu tarea apostólica. Debes sentirte personalmente responsable y participar en la gestión de los bienes comunes, para que se utilicen lo más evangélicamente posible (Lc 16, 9-13).
101.  Es necesaria una pobreza efectiva en la propiedad colectiva.

103.  El celibato consagrado es una manera de vivir el amor de Dios y de los hombres.
        «Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios mandó al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de Él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados. Hermanos: Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie le ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud» (I Jn 4, 8-13).

104.  Cristo vivió su celibato primero dentro de una familia muy unida, después en una comunidad itinerante, en compañía de gentes rudas y mujeres que le servían (Lc 8, 1-3).

110.  Es fácil comprender que el celibato te caracteriza hasta en lo profundo de ti mismo, en tu cuerpo, espíritu y corazón, y tu vida de relación fraterna. Es un compromiso de comunión con Dios y con tus hermanos que pone todas las fuerzas vivas de tu ser al servicio de Cristo y de la Iglesia, para abrirte al amor gratuito y universal.
        Para ti, la única razón de hacer esto es Cristo. Por eso, sin el amor a Cristo personal y vivo tu celibato es algo vacío y pronto se hace insoportable. Sólo en Cristo es posible la entrega total, la disponibilidad y libertad auténticas. Y así, el celibato aparece como signo visible de la esperanza de los hombres.

111.   Normalmente, tu celibato te supondrá dificultades: tendrás que lograr el dominio de tu cuerpo y aceptar una cierta soledad. Tu castidad nunca será un estado adquirido. Implica un «sí» que hay que pronunciar en la incertidumbre de cada día. Puede que sea la participación más profunda en la muerte y resurrección del Señor: en verdad morimos y resucitamos.

112.  Acuérdate también de que el celibato no se puede vivir sin oración, ya que es un don concedido cada día al que hay que ser fiel, y un amor que requiere un diálogo habitual con Cristo. Oración y castidad se relacionan mutuamente. En uno como en otro caso, se da una actitud de escucha a Aquel que un día se reveló al mundo y se manifiesta hoy a nosotros. Sin oración es imposible mantener el celibato.

113.   Tu celibato únicamente será testimonio en medio de los hombres, si va acompañado de alegría y serenidad.

114.  La comunidad debe ser el ámbito de tu vida, trabajo y oración. Allí es donde pones, sin reserva, a disposición de tus hermanos, tu afecto y tu inteligencia, tu abnegación y tu habilidad. La castidad te ayudará a construir la comunidad en el más profundo y puro amor fraterno. En ella podrás realizar el encuentro personal y hallarás comprensión y apoyo, intercambio y comunión. Tu trabajo, oración y ministerio recogerán tu capacidad de amar y la orientarán hacia un servicio cada vez más fiel a Cristo y su Reino.

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