Contemplar, Vivir y Anunciar al mundo el Amor misericordioso de Dios encarnado en Jesucristo.
Presentación.
“La alegría del Evangelio llena el corazón y la
vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él
son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento.
Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría.”
Papa Francisco.
Recibe un saludo fraterno, de parte de los Sagrados Corazones de esta provincia
conformada por hermanos presentes en Colombia, Ecuador y Perú de esa familia
misionera presente en varios países del mundo. En especial los saludamos desde
la comisión de Pastoral Vocacional.
Hemos notado que la población crece, las ciudades concentran a cada vez
más gente y en los campos y poblados viven muchos también. Pero los religiosos
y los sacerdotes son cada vez menos en comparación con los habitantes, por ello
resuena en el corazón, lo que decía Jesús: la cosecha es abundante y los
obreros pocos.
Escuchando la voz del Señor, es necesario que oremos, para que sigan
llegando obreros al servicio de Jesús en el mundo de hoy. Dios nos llama a
todos a Seguir al Maestro, cada uno en un lugar único. Que en las familias y
los distintos grupos abramos el corazón a Dios y ayudemos a orientar a los
niños y jóvenes, para que le digan “SI” a Dios. El P.
Javier, nuestro Superior General, reflexiona lo siguiente: ““Venid a mí”,
invita Jesús (Mt 11, 28). Hacia él queremos ir. Pero ¿Por qué caminos? Hay
tantas maneras diferentes de vivir el Evangelio… El Evangelio es tan grande que
no hay quien pueda abrazarlo entero. Solo podemos seguir a Jesús adaptando un
camino concreto y con un grupo determinado de compañeros. Por eso, el Espíritu
suscita muchos carismas diversos, de manera que todos puedan encontrar su ruta
y su hogar. Necesitamos una vía que se adapte al tamaño de nuestro corazón y a
los límites que nos hacen humanos.
La Congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y de María es uno de
esos caminos que conducen a Jesús, una manera concreta de saborear a Dios en el
camino de la vida, un hogar espiritual en el que se puede experimentar la
fuerza del Evangelio.” Javier Alvarez-Ossorio ss.cc.
Ponemos
en tus manos este material, para la animación vocacional que esperamos sea de
ayuda para que haya nuevos obreros al servicio de la misión que Dios nos encomienda
a todos. Para ello, te presentamos un vistazo general de lo que es nuestra
Congregación Sagrados Corazones y concluimos mostrando el camino a seguir para
los jóvenes que llame el Señor a este camino de la vida religiosa. Agradecemos
infinitamente a aquellos que ayuden de una u otra manera. Para ustedes: queridos
jóvenes, padres de familia, catequistas, profesores, sacerdotes, religiosas,
católicos comprometidos, pedimos a Dios abundantes bendiciones.
Atentamente,
Comisión
de Pastoral Vocacional ss.cc. en Colombia.
ESPIRITUALIDAD
DE LOS SAGRADOS CORAZONES,
UNA BREVE
PRESENTACIÓN.
Antecedentes históricos.
Nuestra
familia religiosa nace en un momento importante de la historia, nos ubicamos en
plena revolución francesa. La persecución a la iglesia arrecia y los sacerdotes que no están dispuestos a
jurar fidelidad a la nueva Constitución se ponen en peligro de muerte. Francia
quiere una iglesia católica nacional, separada de Roma, la quiere para que
preste servicios a la Revolución.
En
este estado de cosas, un grupo de mujeres se empieza a reunir en una casa, en
la ciudad de Poitiers. Sus reuniones son clandestinas ya que también ellas se encuentran
amenazadas. Su propósito es ponerse delante del Señor, presente en la
Eucaristía, para adorarlo y reparar el pecado que se está cometiendo.
Entre
estas mujeres se encuentra la futura fundadora de las hermanas religiosas de
los Sagrados Corazones, llamada la “Buena Madre”, Enriqueta Aymer de la
Chevalerie. Necesitan un sacerdote
que pueda celebrarles la Eucaristía. Lo
encuentran en el “Buen Padre”, José Mará Coudrin. El será el fundador de la
rama de los Hermanos Religiosos de la Congregación.
No
hay tiempo para el descanso. Tampoco para la cobardía. El “Buen Padre” corre todos
los riesgos; se disfraza de todas las maneras para llegar a todas partes con el
Evangelio de Jesús. El mismo ha sido
ordenado sacerdote en la clandestinidad.
Para
partir con la nueva Congregación es necesario buscar una espiritualidad que
fundamentalmente su existencia. No es tampoco el momento para escribir tratados
o para describir y desarrollar metodologías espirituales. Son demasiadas las
urgencias.
Tampoco
es el momento para elegir alguna especialidad pastoral, sea esta la educación,
las misiones o lo que fuere. Hay que “hacerle a todo” porque es necesario
rehacer la Iglesia en Francia, profundamente herida por los efectos de la
Revolución. Esto mismo hace urgente buscar un centro de inspiración, una
espiritualidad, que anime todo el quehacer, cualquier quehacer, una
espiritualidad que venga a darle sentido a la vida, a cualquier vida.
En
el fondo, se trata de la imitación de Jesucristo, lo que más adelante se
llamará se seguimiento. Por eso, aparecerá pronto el tema de las cuatro edades de Jesús: su
infancia, su vida oculta, su vida pública y su vida crucificada.
Cuando
la comunidad ya está apenas constituida ya sale fuera de sí misma: son las
misiones en los campos y ciudades en vistas de la necesaria reconstitución
eclesial; son las escuelas y colegios para la formación de los jóvenes; es la
tarea asumida en los seminarios, mirando hacia los futuros ministros de la
iglesia; son las misiones hacia afuera de Francia, más en concreto, las islas
del Pacífico Sur (p, ej. Del hoy Hawai) y, luego, Valparaíso en Chile.
La espiritualidad de los Sagrados
Corazones.
Desde las entrañas del Corazón.
Lo
primero es, entonces, el Corazón: es él el que se encuentra en el centro de la
persona; él es, también, la fuente del amor. Desde el corazón es posible
explicar la Persona de Jesús, su dedicación a la misión que su Padre le ha
encomendado y, por lo mismo, su conocimiento y comprensión de la realidad
humana y, como consecuencia necesaria, su misericordia.
En
Cristo Jesús se encarna el amor misericordioso de Dios. En él nos encontramos
convocados a seguirle como Comunidad para ser testigos en el mundo de ese mismo
amor.
Es
lo que hoy expresamos diciendo que hemos sido invitados a “Contemplar, vivir y
anunciar el amor de Dios encarnado en Jesús”. Esta es la finalidad esencial de
la congregación ss.cc.
Desde la Comunidad
Fraterna y la Misión.
Sabemos
que el Señor nos llama a cada uno personalmente; pero afirmamos, a la vez, que
su llamada surge desde una Comunidad y está dirigida a que nos incorporemos y
participemos de ella y en ella: la realidad del amor de Jesucristo no puede ser
vivida de maneras aisladas. Con todo, la Comunidad no es tampoco para sí misma.
La Comunidad es para la misión. Es esta última la que viene a definir
finalmente su sentido más hondo. Es la misión de Jesús la que señala el estilo
de vida y los quehaceres de la comunidad, en espíritu de familia.
Desde la Eucaristía y
la Adoración.
En
una palabra, en los últimos tiempos, el amor de Dios por nosotros se ha
manifestado en su Pascua, la que seguimos celebrando en cada Eucaristía, la que
asegura, además, la permanencia del mismo Jesús, en su propia actitud de
pascua, en la presencia real en el Sacramento. Gracias a esa presencia real
podemos asegurar un “tiempo para el Señor” en la adoración.
La
Eucaristía haya sido central en nuestra vida de cristianos y religiosos de los
Sagrados Corazones: en ella está el recuerdo, actual y eficaz, del don de Dios
en Jesucristo, en ella está el futuro realizado de Cristo en su plenitud, vencedor
del pecado y de la muerte. En ella se encuentra cumplida la promesa de Dios, el
triunfo definitivo de la vida sobre la muerte.
La adoración
reparadora: conversión y transformación.
En
la Eucaristía, Jesús nos invita a estar
con Él, como sus discípulos (Ver Mc.
3, 14). A estar con Él, como Él que estuvo
está con su Padre; como Él se iba a la montaña para hacer oración como ejercicio
espiritual o meditación sino la oración misma de Jesús, ésa que asumía lo que
Él estaba viviendo y lo que estaba viendo en su entorno: el drama de un Pueblo,
que había sido elegido por amor y que –sin reconocerlo- le daba las espaldas a
quien encarnaba ese amor.
Por
eso, nuestra oración es reparadora. Se une a la de Jesús ante su Padre y pide
perdón, asumiendo solidariamente la miseria de todo el hombre y de todos los
hombres, partiendo por la propia y más personal. Desde ella, comienza, cada
vez, un nuevo camino de conversión.
La devoción a los Sagrados Corazones fue para
la nueva comunidad el medio de comunión en los grandes valores evangélicos. El Corazón de Cristo era para esta comunidad la
gran manifestación del Amor misericordioso y todopoderoso de Dios. Como
respuesta al amor de Dios, era necesario adoptar con el Corazón de Cristo, en
Él y por Él, la actitud del Siervo de Yahvé y entrar en la obra redentora,
reparando así el pecado de la humanidad.
Al presentarse el Corazón de María como
inseparable de Cristo, en la manifestación del amor de Dios y en la realización
de la obra de redención, era preciso pasar por María para entrar en la obra de
Cristo. Desde el comienzo, la Comunidad se centra en la Eucaristía. El
Fundador, que descubrió su vocación en el transcurso de largas horas de
adoración en el granero de la Motte y que durante mucho tiempo llevó sobre sí
el Santísimo Sacramento en lo más duro de la persecución, transmite a su
Comunidad esta manera de orar, de la que la Madre Enriqueta Aymer de la
Chevalerie se convierte en seguida en ejemplo vivo.
La comunión en estos valores crea una estrecha
fraternidad, que realiza el deseo tan frecuentemente expresado por el P.
Coudrin: no formar sino un corazón y una sola alma. La estima mutua, el
respeto, el servicio fraterno en la sencillez de una familia, constituyen los
lazos que unen hermanos y hermanas en la gracia y en la paz del Reino. El
Fundador en nada insiste tanto como en «la unión en los Sagrados Corazones». La
comunidad toda entera, en la complementariedad de las diversas vocaciones se
esforzaba por imitar y reproducir lo que entonces se llamaba las «cuatro
edades» del Señor. Cada uno, en su trabajo diario, intentaba hacer visible el
centro de toda Redención.
La
devoción a los Sagrados Corazones fue para la nueva comunidad el medio de
comunión en los grandes valores evangélicos. El
Corazón de Cristo era para esta comunidad la gran manifestación del Amor
misericordioso y todopoderoso de Dios. Como respuesta al amor de Dios, era
necesario adoptar con el Corazón de Cristo, en Él y por Él, la actitud del
Siervo de Yahvé y entrar en la obra redentora, reparando así el pecado de la
humanidad.
Al presentarse el Corazón de María como inseparable de Cristo, en la
manifestación del amor de Dios y en la realización de la obra de redención, era
preciso pasar por María para entrar en la obra de Cristo. Desde el comienzo, la
Comunidad se centra en la Eucaristía. El Fundador, que recibió su vocación en
el transcurso de largas horas de adoración en el granero de la Motte y que
durante mucho tiempo llevó sobre sí el Santísimo Sacramento en lo más duro de
la persecución, transmite a su Comunidad esta manera de orar, de la que la
Madre Enriqueta Aymer de la Chevalerie se convierte en seguida en ejemplo vivo.
La comunión en estos valores crea una estrecha fraternidad, que realiza
el deseo tan frecuentemente expresado por el P. Coudrin: no formar sino un
corazón y una sola alma. La estima mutua, el respeto, el servicio fraterno en
la sencillez de una familia, constituyen los lazos que unen hermanos y hermanas
en la gracia y en la paz del Reino. El Fundador en nada insiste tanto como en
«la unión en los Sagrados Corazones». La comunidad toda entera, en la
complementariedad de las diversas vocaciones se esforzaba por imitar y
reproducir lo que entonces se llamaba las «cuatro edades» del Señor. Cada uno,
en su trabajo diario, intentaba hacer visible el centro de toda Redención.
1. El fin de nuestro Instituto es: 1.º Imitar
las cuatro edades de Nuestro Señor Jesucristo, a saber, su infancia, su vida
oculta, su vida evangélica y su vida crucificada. 2.º Propagar la devoción a
los Sagrados Corazones de Jesús y de María.
2. A fin de imitar la infancia de Nuestro Señor
Jesucristo, abrimos escuelas gratuitas para enseñanza de los niños pobres de
ambos sexos. Tenemos, además, colegios, en los cuales nos imponemos el deber de
admitir gratuitamente cierto número de niños pobres, según lo permitieren los
recursos de cada casa.
Además, los hermanos, preparan con
especial cuidado a los jóvenes que siguen la carrera eclesiástica para las
funciones del santo ministerio.
3. Todos los miembros de nuestra Congregación
se esfuerzan en imitar la vida oculta de Nuestro Señor Jesucristo reparando,
con la Adoración Perpetua del Santísimo Sacramento, las injurias hechas a los
Sagrados Corazones de Jesús y de María por los innumerables crímenes de los
pecadores.
4. Imitan los hermanos la vida evangélica de
Nuestro Señor Jesucristo, por medio de la predicación del Evangelio y por las
Misiones.
5. Cada uno, en
cuanto le sea posible, está obligado a imitar la vida crucificada de Nuestro
Salvador, mediante el celoso y a la vez prudente ejercicio de la mortificación
cristiana, principalmente con la represión de los sentidos.
6. Finalmente
nos proponemos dedicarnos con todo empeño a la propagación de la verdadera y
legítima devoción al Sagrado Corazón de Jesús y al dulcísimo Corazón de María,
conforme ha sido aprobada y establecida por la Sede Apostólica.
7. Nuestra Congregación goza del patrocinio
especial de San José, esposo de la Bienaventurada Virgen María; y venera como
protectores particulares a los santos Pacomio, Agustín, Bernardo y Domingo.
8. La Regla de San Benito sirve
de fundamento a nuestra Regla. Vivimos en comunidad y prácticas regulares bajo
la obediencia del Superior General de toda la Congregación, de la Superiora
General de las Hermanas, del Superior o de la Superiora de cada casa
particular, como abajo se dirá. Los Hermanos y las Hermanas hacen votos
perpetuos de pobreza, de castidad y de obediencia.
PERFIL DEL P. COUDRIN, Fundador de
la Congregación SS.CC.
El P. Coudrin fue ordenado sacerdote en marzo
de 1792. La crisis religiosa de la Revolución Francesa ya se había transformado
en cisma; la mayoría de los obispos habían huido al extranjero y la mayor parte
de los sacerdotes contrarios al juramento constitucional se preparaban para
marchar o ya estaban lejos de su comunidad. Él decidió quedarse para no
abandonar a los fieles: decisión valiente a ejemplo del Buen Pastor que no
abandona a sus ovejas.
Esta actitud de servicio directo de las almas,
a la que alienta un celo ardiente por la venida del Reino de Dios, marca su
personalidad de una manera tan profunda y definitiva que puede verse en ella,
un rasgo típico que le define. No es teólogo, ni autor espiritual, ni canonista
en el sentido en que entendemos hoy estas palabras. El P. Coudrin es ante todo
un pastor. Durante los acontecimientos del Terror, se mantiene con riesgo de su
vida, al servicio de todos sin distinción, sin mezclar con las consideraciones
de las personas la fe en Nuestro Señor Jesucristo glorificado (Sant. 2, 1):
ayuda a los pobres, a los campesinos, a los nobles encarcelados, a los
sacerdotes arrepentidos de su juramento cismático, o simplemente a aquellos que
tienen miedo de salir de su escondrijo. Durante toda su vida consagra lo mejor
de su tiempo al gobierno de diversas diócesis como Vicario general, y a atender
a los fieles en el confesionario o por la predicación de la palabra de Dios.
Su Congregación es como una prolongación de su
celo: no sólo la pone al servicio de las más urgentes necesidades de la Iglesia
de Francia, como la enseñanza, la formación del clero, la evangelización del
campo, sino que promueve, en cuanto le es posible, la difusión de la fe
cristiana entre los infieles, enviando a las misiones lejanas de Oceanía
Oriental, del Oriente y de las tribus indígenas de la América del Norte, a sus
más valientes discípulos. Al principio de su ministerio había tenido la visión
de la evangelización de las islas remotas. Murió bendiciendo a sus misioneros.
Saliendo del granero de la Motte d‘Usseau el 20
de octubre de 1792, el joven sacerdote Coudrin se prosterna al pie de una encina
próxima y se resigna a la muerte: «Me había hecho sacerdote con la intención de
sufrir todo, de santificarme por Dios, y, si hacía falta, de morir por su
servicio.» Tiene la certeza de ser objeto de un misterioso designio de Dios,
que le destina a fundar una nueva familia religiosa formada por una rama de
hombres y otra de mujeres, que se complementarán en la misión de la
Congregación.
Esta profunda convicción le anima durante el
Terror y le mantiene siempre atento al momento escogido por Dios. Se considera
como instrumento de la voluntad divina; se esfuerza por leer los signos de la
Providencia en los acontecimientos y circunstancias, y tiene una gran
preocupación por no anticiparse a los designios del Señor. Su punto de
referencia en todas sus empresas es siempre la voluntad divina. Su vida agitada
es lo contrario de una vida sin historia y tranquila; es una vida
ininterrumpida de combates, de contrariedades, de dificultades renovadas sin
cesar, de pesares, de preocupaciones.
Ve su Comunidad bajo el signo de la cruz:
«Somos los hijos del Corazón herido de nuestro Buen Maestro; es muy justo que
nosotros participemos en él con una pequeña parte». Su fundación lleva el sello
de las obras de Dios, que quiere que la salvación venga por la cruz de Cristo y
que las almas se salven por la participación en los sufrimientos del Redentor. Desde
1793, la dirección espiritual le pone en contacto con las primeras personas que
recibieron la vocación de realizar el designio providencial. A éstas las agrupó
el año siguiente, dentro del marco de la Asociación del Sagrado Corazón,
fundada poco antes en Poitiers.
El Superior:
El P. Coudrin jamás se sintió «propietario» de
su comunidad. Ve con mucha claridad que su obra no es suya; uno de los nombres
que emplea con más frecuencia para designarla es: «la Obra de Dios». La
fundación, su crecimiento, el desarrollo del Instituto se le aparecen como la
acción, a veces milagrosa, de la Providencia de Dios, que manifiesta su amor de
mil maneras. Siente la necesidad de integrarse en la Comunidad, sin buscar en
la autoridad un pretexto para situarse por encima de ella. Le horroriza que se
le llame «Reverendo», y el único título que acepta es el de «Padre», porque
expresa una relación de afecto y una responsabilidad con respecto a sus
hermanos.
Ejerce su autoridad con un agudo sentido de las
personas, y sabe que no tiene el monopolio de las ideas. Reconoce el carisma de
profecía de la Buena Madre, no sin antes haberla puesto primeramente a prueba. Gestiona
su obra como un buen guía, teniendo la preocupación de no malgastar las fuerzas
jóvenes que el Señor le envía: «Ahorrar la salud». Estimula, alienta, reprende
con discreción; comprensivo y lleno de ternura para con las personas, no deja
de decir por eso la verdad, por dura que sea, cuando es necesario. Nadie fue
más abierto a la colaboración y al diálogo que él. Frecuentemente pide el
parecer, tanto de los superiores como de los hermanos.
JOSÉ
DE VEUSTER (o SAN DAMIÁN de Molokai)
Nace en Trémelo (Bélgica), el 3 de enero de 1840, en una familia
numerosa de agricultores-comerciantes. Cuando su hermano mayor ingresó en la
Congregación de los SS.CC. su padre le destina a administrar el patrimonio
familiar. Pero decide también hacerse religioso en ingresa en el noviciado de
Lovaina a principios de 1859 con el nombre de DAMIÁN.
En 1863, su hermano, a punto de partir para la misión de Hawái, cae
enfermo, y Damián obtiene el permiso para sustituirle, aunque aún no era sacerdote.
Desembarca en Honolulú el 19 de marzo de 1864, e inmediatamente es ordenado
sacerdote y destinado al trabajo misional. Y Damián se entrega en cuerpo y alma
a la áspera vida de misionero en los poblados de Hawái, la isla mayor del
archipiélago. Por aquellos días, la lepra estaba invadiendo amenazadoramente
las islas. Para frenarla, ya que entonces era incurable, el gobierno decidió
aislar a los leprosos en un rincón de la isla de MOLOKAI.
El obispo Maigret, compadecido de estos “muertos viviente” pidió
voluntarios para visitarlos por turnos. Damián fue el primero en partir. Era el
10 de mayo de 1873. A petición propia y de los leprosos se queda
definitivamente en el lazareto. Contagiado por la lepra, muere el 15 de
abril de 1889. Sus restos descansan,
desde 1936, en la cripta de la iglesia de los SS.CC. de Lovaina. Declarado santo el 11 de octubre del 2009, por
el papa Benedicto XVI, su fiesta se celebra el 10 de mayo.
Servidor y testigo...
sin volverse atrás
“Convencido de que
Dios no me pide lo imposible, actúo con decisión, sin más preocupaciones”. Así se ofrece gustoso
para sustituir a su hermano enfermo en Hawaii, y así se brinda voluntario para
encerrarse con los leprosos.
Concibe su presencia en medio de los leprosos como la de un padre
entre sus hijos. Conoce los riesgos y consigue librarse del contagio durante
una docena de años. Pero acaba contaminándose, sin perder por eso su confianza
en Dios: “Estoy feliz y contento, y si me
dieran a escoger la salida de este lugar a cambio de la salud, respondería sin
dudarlo: Me quedo con los leprosos para siempre”.
Medico de cuerpos y
de almas
Le obsesiona el aliviar los sufrimientos de sus leprosos y está muy
atento a los progresos de la ciencia. Experimenta en sí mismo tratamientos, que
comparte con sus enfermos. Y día a día los cuida, venda sus hediondas heridas,
reconforta a los moribundos y entierra amorosamente en lo que llamaba su “jardín de muertos” a quienes consumaban
su calvario.
Constructor de
comunidades
El infierno de Molokai,
amasado de egoísmos, desesperación e inmoralidad, se transforma, gracias a
Damián, en una comunidad que admira al propio gobierno. Orfanato, iglesia,
viviendas, equipamientos colectivos: todo se realiza con ayuda de los menos
impedidos. Se amplía el hospital, se acondiciona el embarcadero, se trazan
caminos, se tiende una conducción de agua, se organiza un almacén gratuito para
el aprovisionamiento de los enfermos. Y hasta se preocupa de sus
entretenimientos, incluida una banda de música. Así consigue que los que habían
sido abandonados a su suerte redescubran la alegría de encontrarse juntos y el
que para Dios todo hombre es algo precioso, porque los ama como un padre, en
quien todos se reconocen hermanos y hermanas. “ Me encuentro muy feliz aquí; y
aunque hay mucha pobreza y miseria, Dios bondadoso se digna darme también
consuelos, que yo nunca me había esperado…”
Apóstol de los
leprosos
En su corazón de sacerdote y misionero es donde encuentra eco la
llamada para servir a los leprosos. “Son
horribles de ver, pero tienen un alma rescatada al precio de la sangre adorable
de nuestro divino salvador”. Damián procura que se beneficien de todas las
riquezas de su ministerio sacerdotal, reconciliándolos con Dios y con ellos
mismos, animándolos a unir sus sufrimientos a los de Cristo por la comunión de
su Cuerpo y de su Sangre. Bautismos, matrimonios y entierros se celebran
intentando abrir sus espíritus y corazones a las dimensiones universales de la
Iglesia de Cristo.
Rechazados de la sociedad, los leprosos de Molokai descubren que su
enfermedad les ha valido la solicitud de un corazón de sacerdote entregado totalmente
a ellos. “Mi mayor dicha es servir al
Señor en sus pobres hijos enfermos, repudiados por otros hombres”. “Los
microbios de la lepra han anidado definitivamente en mi pierna izquierda y en
mi oreja. Mi párpado comienza a caerse. Ahora ya me es imposible ir a Honolulú
porque la lepra aparece visible. Supongo que mi rostro pronto quedará
desfigurado. Seguro como estoy de la realidad de mi enfermedad, permanezco
tranquilo y resignado e incluso me siento más feliz entre mi gente. Dios sabe
lo que más conviene a mi santificación y con este convencimiento digo todos los
días: "Hágase tu voluntad".”
Sembrador de
ecumenismo
Hombre de su tiempo, Damián se siente un misionero católico.
Convencido de su fe, respeta sin embargo las convicciones de los demás, los
acepta como personas y recibe con alegría con alegría su colaboración y su
ayuda. Su corazón está ampliamente abierto a la miseria humana, y al acercarse
a ella, no hace distinción alguna al cuidar a sus leprosos. En sus actividades
parroquiales, caritativas o lúdicas, hay sitio para todo el mundo.
Cuenta entre sus amigos (y de los mejores) al luterano Sr. Meyer,
superintendente de la leprosería, al anglicano Clifford, su pintor y biógrafo,
al libre pensador Mouritz, médico de Molokai, al budista Goto, leprólogo
japonés, al pastor anglicano Chapman, su principal bienhechor desde Londres.
El hombre de la
eucaristía
“El mundo de la
política y de la prensa puede ofrecer pocos héroes comparables al Padre Damián
de Molokai. Valdría la pena buscar la fuente de inspiración de semejante
heroísmo”. Así resumía Gandhi el fenómeno Damián. La respuesta
la encontramos en su fe, que vive como religioso de los SS.CC., empeñados en
contemplar, vivir y anunciar el Amor Misericordioso de Dios, revelado en Jesús
y al que nos conduce la Virgen María. La tradición de su congregación le
impulsa a buscar la fuerza en la Fuente del Amor y la Vida: en la Eucaristía.
Pan vivo y presencia viviente.
Gracias al Amor de “Aquel que no
me abandona nunca”, permanece fiel hasta el final, más allá de la cruel
enfermedad, de la soledad penosa, de las críticas injustas y de la
incomprensión de los suyos... Su testimonio es incontestable: “Sin la presencia de nuestro divino Maestro
en mi pobre capilla, jamás hubiera podido mantener unida mi suerte a la de los
leprosos de Molokai”.
[1]
Del “Ceremonial, reglas, constituciones y estatutos de la Congregación de los
Sagrados Corazones de Jesús y de María, y de la Adoración Perpetua del
Santísimo Sacramento del Altar.” (Edición de 1826.)
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