Papa
Francisco, algunos extractos y desafíos que deja su visita a Colombia.
“Una Iglesia capaz
de ser sacramento de esperanza
Muchos se lamentan de
cierto déficit de esperanza en la América Latina actual. A nosotros no nos está
consentida la «quejumbrosidad», porque la esperanza que tenemos viene de lo
alto. (…).
La esperanza en América
Latina tiene un rostro joven. Se habla con frecuencia de los jóvenes —se
declaman estadísticas sobre el continente del futuro—, algunos ofrecen noticias
sobre su presunta decadencia y sobre cuánto estén adormilados, otros aprovechan
de su potencial para consumir, no pocos les proponen el rol de peones del
tráfico de la droga y de la violencia. No se dejen capturar por tales caricaturas
sobre sus jóvenes. Mírenlos a los ojos, busquen en ellos el coraje de la
esperanza.
No es verdad que estén
listos para repetir el pasado. Ábranles espacios concretos en las Iglesias
particulares que les han sido confiadas, inviertan tiempo y recursos en su
formación. Propongan programas educativos incisivos y objetivos pidiéndoles,
como los padres le piden a los hijos, el resultado de sus potencialidades y
educando su corazón en la alegría de la profundidad, no de la superficialidad.
No se conformen con retóricas u opciones escritas en los planes pastorales
jamás puestos en práctica.
He escogido Panamá, el
istmo de este continente, para la Jornada Mundial de la Juventud de 2019 que
será celebrada siguiendo el ejemplo de la Virgen que proclama: «He aquí la
sierva» y «se cumpla en mí» (Lc 1,38).
Una Iglesia en
misión
Teniendo en cuenta el generoso trabajo pastoral que ya desarrollan,
permítanme ahora que les presente algunas inquietudes que llevo en mi corazón
de pastor, deseoso de exhortarles a ser cada vez más una Iglesia en misión. Mis
Predecesores ya han insistido sobre varios de estos desafíos: la familia y la
vida, los jóvenes, los sacerdotes, las vocaciones, los laicos, la formación.
Los decenios transcurridos, no obstante el ingente trabajo, quizás han vuelto
aún más fatigosas las respuestas para hacer eficaz la maternidad de la Iglesia
en el generar, alimentar y acompañar a sus hijos.
Pienso en las familias colombianas, en la defensa de la vida desde el
vientre materno hasta su natural conclusión, en la plaga de la violencia y del
alcoholismo, no raramente extendida en los hogares, en la fragilidad del
vínculo matrimonial y la ausencia de los padres de familia con sus trágicas
consecuencias de inseguridad y orfandad. Pienso en tantos jóvenes amenazados
por el vacío del alma y arrastrados en la fuga de la droga, en el estilo de
vida fácil, en la tentación subversiva. Pienso en los numerosos y generosos
sacerdotes y en el desafío de sostenerlos en la fiel y cotidiana elección por
Cristo y por la Iglesia, mientras algunos otros continúan propagando la cómoda
neutralidad de aquellos que nada eligen para quedarse con la soledad de sí
mismos. Pienso en los fieles laicos esparcidos en todas las Iglesias
particulares, resistiendo fatigosamente para dejarse congregar por Dios que es
comunión, aun cuando no pocos proclaman el nuevo dogma del egoísmo y de la
muerte de toda solidaridad. Pienso en el inmenso esfuerzo de todos para
profundizar la fe y hacerla luz viva para los corazones y lámpara para el
primer paso.
No les traigo recetas ni intento dejarles una lista de tareas. Con todo
quisiera rogarles que, al realizar en comunión su gravosa misión de pastores de
Colombia, conserven la serenidad. Bien saben que en la noche el maligno
continúa sembrando cizaña, pero tengan la paciencia del Señor del campo,
confiándose en la buena calidad de sus granos. Aprendan de su longanimidad y
magnanimidad. Sus tiempos son largos porque es inconmensurable su mirada de
amor. Cuando el amor es reducido el corazón se vuelve impaciente, turbado por
la ansiedad de hacer cosas, devorado por el miedo de haber fracasado. Crean
sobre todo en la humildad de la semilla de Dios. Fíense de la potencia
escondida de su levadura. Orienten el corazón sobre la preciosa fascinación que
atrae y hace vender todo con tal de poseer ese divino tesoro.
De hecho, ¿qué otra cosa más fuerte pueden ofrecer a la familia
colombiana que la fuerza humilde del Evangelio del amor generoso que une al
hombre y a la mujer, haciéndolos imagen de la unión de Cristo con su Iglesia,
transmisores y guardianes de la vida? Las familias tienen necesidad de saber que
en Cristo pueden volverse árbol frondoso capaz de ofrecer sombra, dar fruto en
todas las estaciones del año, anidar la vida en sus ramas. Son tantos hoy los
que homenajean árboles sin sombra, infecundos, ramas privadas de nidos. Que
para ustedes el punto de partida sea el testimonio alegre de que la felicidad
está en otro lugar.
¿Qué cosa pueden ofrecer a sus jóvenes? Ellos aman sentirse amados,
desconfían de quien los minusvalora, piden coherencia limpia y esperan ser
involucrados. Recíbanlos, por tanto, con el corazón de Cristo y ábranles
espacios en la vida de sus Iglesias. No participen en ninguna negociación que
malvenda sus esperanzas. No tengan miedo de alzar serenamente la voz para
recordar a todos que una sociedad que se deja seducir por el espejismo del
narcotráfico se arrastra a sí misma en esa metástasis moral que mercantiliza el
infierno y siembra por doquier la corrupción y, al mismo tiempo, engorda los
paraísos fiscales. (...).
Vigilen por tanto sobre las raíces espirituales de sus sacerdotes.
Condúzcanlos continuamente a aquella Cesarea de Filipo donde, desde los
orígenes del Jordán de cada uno, puedan sentir de nuevo la pregunta de Jesús:
¿Quién soy yo para ti? La razón del gradual deterioro que muchas veces lleva a
la muerte del discípulo siempre está en un corazón que ya no puede responder:
«Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios» (cf. Mt 16,13-16). De aquí se debilita el
coraje de la irreversibilidad del don de sí, y deriva también la desorientación
interior, el cansancio de un corazón que ya no sabe acompañar al Señor en su
camino hacia Jerusalén.
Cuiden especialmente el itinerario formativo de sus sacerdotes, desde el
nacimiento de la llamada de Dios en sus corazones. La nueva Ratio Fundamentalis
Institutionis Sacerdotalis, recientemente publicada, es un valioso recurso, aún
por aplicar, para que la Iglesia colombiana esté a la altura del don de Dios
que nunca ha dejado de llamar al sacerdocio a tantos de sus hijos.
No descuiden, por favor, la vida de los consagrados y consagradas. Ellos
y ellas constituyen la bofetada kerigmática a toda mundanidad y son llamados a
quemar cualquier resaca de valores mundanos en el fuego de las bienaventuranzas
vividas sin glosa y en el total abajamiento de sí mismos en el servicio. No los
consideren como «recursos de utilidad» para las obras apostólicas; más bien,
sepan ver en ellos el grito del amor consagrado de la Esposa: «Ven Señor Jesús»
(Ap 22,20).
Reserven la misma preocupación formativa a sus laicos, de los cuales
depende no sólo la solidez de las comunidades de fe, sino gran parte de la
presencia de la Iglesia en el ámbito de la cultura, de la política, de la
economía. Formar en la Iglesia significa ponerse en contacto con la fe viviente
de la Comunidad viva, introducirse en un patrimonio de experiencias y de
respuestas que suscita el Espíritu Santo, porque Él es quien enseña todas las
cosas (cf. Jn 14,26).
Un pensamiento quisiera dirigir a los desafíos de la Iglesia en la
Amazonia, región de la cual con razón están orgullosos, porque es parte
esencial de la maravillosa biodiversidad de este País. La Amazonia es para
todos nosotros una prueba decisiva para verificar si nuestra sociedad, casi
siempre reducida al materialismo y pragmatismo, está en grado de custodiar lo
que ha recibido gratuitamente, no para desvalijarlo, sino para hacerlo fecundo.
Pienso, sobre todo, en la arcana sabiduría de los pueblos indígenas amazónicos
y me pregunto si somos aún capaces de aprender de ellos la sacralidad de la
vida, el respeto por la naturaleza, la conciencia de que no solamente la razón
instrumental es suficiente para colmar la vida del hombre y responder a sus más
inquietantes interrogantes." Papa Francisco.
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