LA VOCACIÓN CRISTIANA ¿DÓNDE PODRÉ SERVIR YO MÁS Y MEJOR?
¿Qué
es la vocación cristiana?
Decimos vocación cristiana para no perder
de vista la perspectiva desde la que hablamos, es decir, la vocación que todo
cristiano tiene en cuanto cristiano. Porque es evidente que un cristiano no
puede decidir su vocación al margen de su fe, si es coherente consigo
mismo.
En
primer lugar, hay que desechar toda idea que nos haga identificar la palabra
vocación sólo con sacerdocio o vida religiosa. Estas son unas vocaciones
cristianas concretas, unas entre otras. Pero cualquier otra vocación debe ser
tan cristiana como éstas. Es preciso
afirmar enseguida: todos tenemos una vocación. Todos. Porque ante Dios no
somos una masa anónima, un rebaño. Dios nos conoce y ama a todos y a cada uno
personalmente. Cada uno de nosotros somos originales e irrepetibles ante Dios.
Nadie ha venido al mundo sin que Dios no le haya amado desde la eternidad,
aunque nosotros podamos ver las complicidades del azar y la causalidad. Él ve
más allá.
Dios no sólo tiene una voluntad general para
toda la humanidad sino una voluntad y un proyecto para cada uno de nosotros.
Para ti, también. Entonces es capital preguntarse: ¿Qué quiere Dios de mí? ¿Qué
estará queriendo de mí? Señor ¿Qué quieres que haga? Para explicarnos una especie de teología sencilla
de la vocación cristiana podríamos decir: Dios tiene un plan con muchos puestos
de servicio, entre todos esos hay uno
para mí, y ésa es mi vocación.
Dios tiene un plan. Es decir, que el
nuestro no es un Dios que crea el mundo y lo echa a rodar desentendiéndose de
él. No. Dios tiene un proyecto, un designio. Quiere algo. Proyecta algo. Quiere
que el mundo y el hombre triunfen, que lleguen a la salvación. Y la salvación
del hombre y del mundo están, según Dios, en el compromiso del hombre; en la
construcción del Reino de Dios, en esa lucha por sus valores el hombre se
realiza a sí mismo y llega, con la gracia benevolente de Dios, al definitivo y
trascendente Reino de Dios.
Pero para que ese Reino se vaya construyendo
hacen falta muchas cosas, hace falta poner en juego muchos resortes. En la
ejecución del plan, del proyecto de Dios, Dios ha pensado que hay muchos
puestos. Son puestos de trabajo para construir y hacer realidad el Reinado de
Dios.
Entre todos esos puestos de servicio a la
causa que es preciso poner en marcha, hay uno para mí, uno para ti. Entiéndelo
bien: hay un sitio para ti no sólo en el sentido de que la causa necesita que
muchos arrimen el hombro y es tan grande que hay sitio para todos, sino en el
sentido de que Dios tiene pensado para ti en concreto un puesto dentro de todos
esos. Dios ha pensado en un sitio concreto para mí y me ha creado pensando en
un puesto.
Ese
puesto que Dios tiene pensado para mí, esa es mi vocación. Por tanto, la vocación es una llamada que Dios me hace
a participar y colaborar y luchar dentro de ese proyecto suyo que es el Reino
de Dios. Todo ese proyecto del Reino de Dios, se puede resumir, como dijo
Jesús, en una palabra, en un programa: el amor. Y en ese plan de Dios se
colabora y se participa y se lucha por amor, es decir, dando, dándose, dando la
vida, entregándola a Dios y a su Reino. ¿Para qué sirve la vida si no es
para entregarla por amor?
Ya
lo dijo Jesús: el que se guarde su vida egoístamente para sí mismo, para sus
mezquinos proyectos individuales, negándose a entregar su vida a la
construcción del Reino, ese se pierde, malogra su vida, la malversa, la
destruye. Y por el contrario, el que comprende que lo que es realmente valioso
es dar la vida a Dios y por Dios, por su Reinado, aunque parezca que pierde su
vida, no es así, la está ganando.
Pero claro, el amor de que habla Jesús no tiene nada que ver con un sentimiento
romántico, con una nostalgia afectiva inoperante. El amor, para Jesús, es algo
muy concreto, muy comprometido, muy real, muy verificable, diríamos: Amaos los
unos a los otros, como yo os he amado. Y añadió, “nadie tiene amor más grande
que el que da la vida por el amigo”. Jesús era concreto y realista. Y podía
decir esas cosas porque él fue el primero en hacerlo. Él fue el
hombre-para-los-demás. No dio su vida sólo en la cruz: la dio desde el
principio hasta el final. Y nos dijo que no cayéramos en ilusiones: “no todo el
que dice Señor, Señor, entrará en el Reino de Dios, sino el que hace la
voluntad de mi Padre”. El amor de Jesús fundamentalmente no se siente, sino que
se hace, hay que hacerlo realidad, hay que vivirlo y practicarlo.
Para decirlo con otras palabras, amar
para Jesús es servir. El que se queda sólo en sentimientos y no sirve, no vale.
No vale, porque no sirve. El amor que habla y teoriza mucho, pero no da la vida
no es el amor de Jesús, no es el amor cristiano.
Saquemos pues algunas consecuencias:
La vocación cristiana no es una cuestión de
gusto
En
principio, es ya claro que la vocación no se plantea en función de mi gusto; lo
que más me gusta, lo que más me va, lo que más me agrada, lo que es más fácil,
lo más atractivo… No está en función de ese gusto, porque en él van mezclados
otros valores que de hecho hacen la competencia a Dios y Dios ya no sería en
ese caso para mí el valor fundamental, total y exclusivo… Me estaría guiando
más bien por mi egoísmo. Estaría doblegando mi vida a los imperativos de la
comodidad, del agrado, de lo fácil, de lo atractivo, de… mi “gusto”, en una
palabra.
Dios me puede pedir (y lo más normal y
frecuente será esto) algo que no es lo que, miradas las cosas al margen de la
fe, me gusta más, me va mejor, me es más cómodo… Hemos dicho que la llamada de
Dios nos invita a amar, a dar la vida, a servir, y eso exige esfuerzo y
sacrificio. No es fácil amar, dar la vida. No es cómodo, ni agradable, ni
rentable, ni muchas veces atractivo siquiera. Siempre nos gusta más lo cómodo,
lo fácil, lo rentable, lo atractivo. Siempre habrá, pues, cosas que me gusten
más que aquello a lo que Dios me llama, porque Dios me llama a algo valioso, y
lo que vale, cuesta.
Basta que pienses que los puestos de más
radical y generoso servicio exigen casi siempre renunciar a cosas muy
entrañables y muy queridas que a todos nos gustan, pero cosas que al fin y al
cabo atan, limitan, recortan el servicio que se puede hacer. Si el criterio
principal para descubrir la propia vocación fuera el gusto, lo más fácil, nadie
en su sano juicio optaría por esos servicios radicales y generosos.
Sin embargo, también es verdad que aún estas
personas que optan por esos servicios radicales, por ejemplo la vida religiosa,
y renuncian con dolor en el corazón de tantas cosas, lo hacen en el fondo
porque les “gusta” esa forma de servir, aunque no les gusten las renuncias que
conlleva. No son masoquistas, saben bien lo que dejan y lo que no les gusta,
pero les gusta servir, aunque sea así. Se trata de “gusto” pero ya en otro
sentido. Es un gusto especial; es como un sexto sentido, el de las personas que
han integrado y asimilado profundamente la fe en su personalidad tanto, que el
propio corazón llega a vibrar y entusiasmarse ante un servicio radial, a pesar
de la cruz y el dolor que encierra. Es un gusto iluminado por la fe. Es la fe
la que actúa en el interior de ese gusto. Con la vocación cristiana sí que
tiene que ver ese “gusto”, porque no es sino una forma de vibrar en la fe.
La
elección vocacional es mucho más que la elección profesional.
Plantearse la vocación cristiana es mucho más
que elegir una profesión. La profesión (carrera, estudios, capacitación,
colocación, formación especializada, puesto de trabajo, etc.) es algo mucho más
reducido y provisional, más accidental y de menos importancia. La vocación es la opción fundamental. Es
la elección de los valores fundamentales por los que quiero dar mi vida,
elección que, una vez hecha, cuajará en algo más concreto, como la profesión,
la carrera, el trabajo, el puesto de servicio concreto.
La
vocación es más fundamental, más profunda. La elección profesional o de puesto
concreto de servicio, vendrá después como concreción posterior. Para acertar en
una elección profesional puede orientarte –no exclusivamente, desde luego– un
test de aptitudes profesionales. Este test no tiene, sin embargo, la clave para
orientarse en tu vocación. No puedes confiar tu vida, tu camino, tu opción
fundamental, tu respuesta a Dios, a un test psicológico.
La
opción vocacional fundamental lo es a un estado de vida, lo cual es mucho más
que una profesión concreta. Es la elección más profunda y previa a todas las
demás que un hombre puede hacer. Estados de vida fundamentales no hay
muchos.
Abriendo
el abanico de posibilidades de opción vocacional. Las conoces ya:
El
matrimonio, que supone el embarcar la propia vida con otra persona para vivir
juntos una aventura de amistad y amor total (humano y cristiano, espiritual y
sexual), para estar abiertos a la procreación y recibir con amor a los hijos,
para estar totalmente inmerso en los asuntos y problemas de la construcción de
un mundo nuevo tratando de impregnar todas las estructuras de este mundo con el
espíritu de las bienaventuranzas.
El
sacerdocio, que es fundamentalmente un ministerio, es decir, un servicio a la
comunidad cristiana. Para prolongar la presencia sacerdotal de Jesús entre
nosotros cuando él ya no está físicamente. Para dar cuerpo a su presencia y a
su palabra en nuestra sociedad. Para compartir con él la aventura y el
ministerio de la salvación de los hombres, siendo puente entre los hombres y
Dios. Para dar la vida en la tarea de animar y alentar la fe de los demás. Con
todo lo que eso conlleva de ser portavoz de Dios, profeta que anuncia el Reino
y denuncia todo lo que se opone al Reino en una sociedad injusta y
materialista. Para evangelizar como Jesús, haciendo suya la causa de los
pobres, los afligidos, los oprimidos,…
La vida
religiosa. Jesús vino con una misión universal para todos; pero quiso llamar a
unos cuantos –a los que quiso– a dejarlo todo –casa, mujer, hijos, hacienda,
profesión, etc– para que compartieran con él su mismo estilo de vida en la
dedicación total y exclusiva al Reino. Les invitó a “seguirle”, al seguimiento
de Cristo. En castidad, pobreza, obediencia, viviendo en comunidad de fe, etc.
Así, los que profesan ese “seguimiento de Cristo” tratan de imitar lo más de
cerca posible la opción profunda de Jesús, imitándola incluso en el estilo
externo de vida, dando de lado a todo lo que aun siendo bueno, empaña la
brillantez del amor de Jesús (universal, sacrificado, desprendido, gratuito,
eficaz, enteramente disponible…).
Entre las diversas posibilidades de este
abanico vocacional ha de cuajar la opción vocacional cristiana. Y después, en
la misma línea, la concreción ulterior profesional.
Pero pasemos ya a la pregunta definitiva:
¿Cómo encontrar mi vocación cristiana?
Evidentemente, por lo unida que está la
vocación a la fe, aquélla es, como esta, un misterio. No siempre puede verse
con la claridad deseada. Es un misterio de generosidad en la respuesta a Dios.
Por ser un misterio y no un problema, no es fácil darle una solución. Es una
cuestión de fiarse.
Sin embargo, he aquí una pregunta que si la
respondes con total sinceridad y desprendimiento, iluminado por la fe, te dará
siempre la respuesta a aquella otra cuestión
fundamental que todo cristiano debe plantearse: ¿qué quiere Dios de mí?
La pregunta que te facilitará encontrar la respuesta es la siguiente:
¿Dónde
serviré yo más y mejor?
Fíjate bien en la pregunta, porque no sobra
una sola palabra. Ni se puede cambiar ninguna.
Serviré: si en vez de
este verbo pones cualquier otro, la respuesta ya no apunta a tu vocación
cristiana. Si te preguntas: ¿dónde ganaré, dónde me colocaré, dónde disfrutaré,
dónde tendré más prestigio, dónde me gustará más y mejor?, entonces ya no
encuentras tu vocación cristiana, sino cualquier otra cosa. Encontrarás, sí la
mejor colocación, el puesto económicamente más rentable, lo que más te gusta.
Pero ya sabes que eso no es la vocación cristiana. El verbo “servir”, como
sinónimo especificativo del verbo amar, es aquí absolutamente necesario.
Yo: es decir, que
no se puede hacer la pregunta en forma impersonal. No te debes preguntar ¿dónde
se sirve más y mejor? Eso diríamos que interesa sólo a los teólogos. Tú no
tienes que ir a donde más y mejor se puede servir, sino a dónde tú en concreto
puedes servir más y mejor. No tienen por qué coincidir siempre las dos cosas.
Por eso, debes tener bien claro, que en cierto sentido, no hay vocaciones
mejores y peores. Tú debes buscar la mayor y mejor vocación de que tú seas
capaz, y la mayor y mejor para ti es la tuya, ya que las demás vocaciones no
son tu vocación. Otros pueden estar llamados a un servicio mejor o mayor o más
urgente que aquél al que Dios te llama a ti. Eso no importa, cumpliendo tu
servicio, si haces verdaderamente todo lo que Dios quiere de ti, aunque sea
poco, puedes estar haciendo mucho más que otro que, aunque aparentemente hace
un servicio mayor y mejor, no hace todo lo que debería hacer. (…).
El “yo” de la pregunta es el factor que
introduce la posibilidad de respuestas diferentes a una misma pregunta, a la
común invitación que Dios nos hace a todos a trabajar en su Reino. Si no, todos
tendríamos que responder lo mismo y tendríamos la misma vocación. ¿Dónde
serviré yo más y mejor? Ese “yo” implica mi historia personal, mi educación, mi
familia, mis circunstancias, mis cualidades, mis defectos, mis posibilidades,
mis limitaciones, mis gustos, mis alegrías, etc.
Más
y mejor:… Hay tantos tipos de servicios cuantos tipos de necesidades. Hay
unas necesidades más urgentes que otras, más importantes, más profundas, más
necesarias, si cabe. Por eso, relativamente a las necesidades se puede hablar
también de servicios más urgentes, más importantes, más profundos, más
necesarios que otros.
No puedes responder a la pregunta (¿dónde
serviré yo más y mejor?) desde la estratosfera o desde un limbo mental. Has de
responderla con realismo, con los pies en el suelo, conociendo bien la tierra
que pisamos, la humanidad con la que estamos embarcados en esta única aventura
colectiva. Viendo todas esas necesidades que sufren nuestros hermanos y viendo
los variados servicios que se pueden prestar, si tienes verdadera fe has de
encontrar tu vocación cristiana eligiendo aquel servicio mejor, mayor, más
oportuno y urgente que tú puedes prestar. En primer lugar, deberás elegir el
estado de vida en general por el que optas. Después deberás determinar en qué
sitio, de qué manera, con qué especialización, con qué estudios, con qué
preparación concreta, etc.
¿Una
vocación de entrega radical?
Con todo lo dicho tienes todos los
presupuestos necesarios para hacer una opción vocacional consciente y
cristianamente.
Pero ya sabes que la opción vocacional es
una opción tan concreta y tan seria que está en juego nuestra persona entera y
su futuro. Suele ocurrirnos a todos que
cuando tomamos una opción así, aun cuando decimos que queremos optar
honestamente según unos criterios éticos de generosidad, tendemos a manipular
nuestra opción para inclinarla al lado que nos gusta y “salirnos con la
nuestra”. La opción vocacional es demasiado grave y comprometedora como para no
sentir, consciente o inconscientemente, la tentación del miedo o de nuestros
propios intereses o gustos.
Puede ser que a la hora de hacer tu
opción vocacional a ti también te ocurra esto consciente o inconscientemente. O
sea, incluso aunque te parezca honradamente que no quieres manipular tu opción.
Y sería una pena, porque significaría que después de todo tu esfuerzo no habrás
dado verdaderamente con la voluntad de Dios sobre tu vida, con tu vocación. Es
preciso superar este riesgo.
Para ello se precisa una cosa. Para estar
seguro de que buscas la voluntad de Dios y sólo la voluntad de Dios sobre tu
vida, para estar seguro de que le buscas a él y no te buscas a ti mismo, para
estar seguro de que no pones consciente o inconscientemente ninguna traba a tu
verdadera vocación, es preciso que antes de elegir concretamente provoques
dentro de ti una actitud de entera disponibilidad ante él. Necesitas afirmar,
reafirmar y confirmar sinceramente ante ti que estás dispuesto realmente a
seguir tu camino, ese camino que todavía no sabes cuál es.
Necesitas llegar a poder decirle a Dios
con el corazón en la mano que nada te importa tanto como hacer su voluntad, que
no te interesa ni ser rico ni ser pobre, no te importa ser ingeniero o ser
barrendero, que estás dispuesto a casarte y a renunciar al matrimonio, que
igual te da desempeñar un servicio brillante y arriesgado como un servicio
humilde y callado, que todo te da igual (a todo eres indiferente) con tal de
asegurarte de que construyes tu vida total y exclusivamente en torno a Dios y a
sus valores, con tal de dar tu vida sin regatear lo más mínimo en el puesto en
el que Dios y los hombres te necesitan.
Es decir, antes de elegir necesitas algo
así como firmarle a Dios un “cheque en blanco”, para dejarle en libertad de que
él te pida todo lo que quiera, aunque te llegue a pedir todo lo que tienes,
aunque te deje sin nada para ti, aunque después no te puedas reservar nada ya
para ti mismo.
DESCRIPCIÓN DEL PROCESO
DE FORMACIÓN INICIAL
1.
Discernimiento personal y acompañamiento previo. Trabajo personal
(fichas) y visita a las comunidades ss.cc. y a la familia del candidato.
Participación en la semana vocacional. Hacer una petición escrita solicitando
ser admitido a una nueva etapa.
2. Aspirantado, etapa que dura 6 meses y se
realiza en una casa de los Sagrados Corazones en Mosquera o Bogotá.
3. Postulantado en Quito, Ecuador, con otros
jóvenes de Perú y Ecuador, al menos dos años.
4. Noviciado, en Lima, Perú, dura un año. Con
jóvenes de los países de América Latina donde está la Congregación SS.CC.
5.
Etapa de Profesos, en la actualidad tiene dos años en Santiago de
Chile, luego se retorna a un país de nuestra provincia (Ecuador, Colombia,
Perú), bien puede ser Bogotá. Durante este tiempo de estudios de teología, se
hace una interrupción para hacer un año de experiencia pastoral. El proceso de
formación inicial termina con los votos perpetuos. Luego seguirá la formación
permanente y los ministerios de diaconado y presbiterado vividos en comunidad y
al servicio de la Iglesia y la sociedad, para contemplar, vivir y anunciar el
amor misericordioso de Dios encarnado en Jesucristo, donde nos envíen y
necesiten.
“Conocer a
Jesucristo por la fe es nuestro gozo; seguirlo es una gracia, y transmitir este
tesoro a los demás es un encargo que el Señor, al llamarnos y elegirnos, nos ha
confiado.” Aparecida, 18.
En la actualidad estamos
dedicados a servir en:
Parroquias (en Bogotá,
Mosquera-Cundinamarca, Algeciras-Huila, Guaynabo-Puerto Rico; la Educación
(Colegio Sagrados Corazones de Guaynabo-Puerto Rico, San Damián en Bogotá),
Fundación Padre Damián que atiende a niños. Para conocer más visita nuestra
web: sscccolombia.com En Perú y Ecuador, también se tiene presencia parroquial en
las capitales y en los campos, como colegios.
Tres maneras de ayudar
en la Pastoral Vocacional:
1.
Animar a los jóvenes a descubrir el camino que Dios
quiere para ellos.
2. Orar, por
las vocaciones.
3.
Donar, para que los jóvenes que ingresan puedan
seguir su proceso formativo.
A los
Sagrados Corazones de Jesús y de María. Honor y gloria. Amén.
Contáctenos:
Página web: sscccolombia.com
ssccperu.com
ssccpicpus.com
Facebook:
ser sagrados corazones Colombia
Comisión de
Pastoral Vacacional ss.cc.:
Miguel
Ortega (WhatsApp 311 5992655)
Arley Guarín
Isaac Moreno
Fabián
Cifuentes 311 2697875,
Elkin
Collazos
Arnoldo Fernández.
Bogotá,
Calle 78 N. 62-23. Barrio Simón Bolívar.
Tel. 225 03
42.
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